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viernes, 6 de abril de 2012

Reflexiones – El amor no tiene límites

El amor no tiene límites

Conocí a Paloma cuando entré a la Universidad a estudiar la licenciatura en administración de empresas. Nos conocimos en el taller de producción. Era la muchacha más guapa, linda e inteligente de todo el colegio.

Comenzamos una relación de amistad, que con el tiempo se convirtió en amor. Ella fue mi primer y única novia, pues cuando ambos terminamos de estudiar nos casamos.

No teníamos un lugar donde vivir, ni contábamos con mucho dinero, pero teníamos lo más importante; el amor. Y es que como todos sabemos, el amor no tiene límites, si cuentas con él, todas las demás cosas de la vida se resuelven fácilmente.

El día de nuestro primer aniversario pensamos celebrarlo yendo de vacaciones a la playa, ya que nunca tuvimos la posibilidad de disfrutar nuestra luna de miel. Paloma estaba fascinada con la idea, le encantaba el mar. Pero sobre todo, le gustaba nadar.

Llegamos a nuestro destino y era mucho mejor de cómo nos lo habíamos imaginado. El sol brillando con todo su esplendor en el cielo, la arena blanca suave y el mar con ese maravilloso tono turquesa que te hace suspirar.

En otras palabras, Playa del Carmen era nuestro sueño hecho realidad.

El día que regresamos a casa Paloma no se encontraba nada bien, por lo que fuimos al médico para ver cuál era su problema. Cuando estábamos esperando en urgencias que nos atendieran, ella se desvaneció de repente. Corrí rápidamente por ayuda, y fue entonces cuando unos camilleros se la llevaron.

Estuve esperando más de seis horas, sin que nadie me dijera nada sobre su estado de salud. Aquella situación no era normal, si únicamente hubiera sido un desmayo, los doctores medirían qué era lo que ocurría.

Por eso me imaginé que se trataba de algo serio y esperaba lo peor. Pasaron otras dos horas y la situación continuaba de la misma manera, hasta que un médico salió y preguntó: los familiares de la señora Alvarado.

Yo soy su esposo, dígame – respondí.

Lamento informarle que su esposa fue atacada por una bacteria. La buena noticia es que ésta ya fue eliminada completamente. Por otro lado la mala es que su mujer se encuentra en un coma profundo, del cual no creemos que despierte. – Comentó el doctor.

Esas palabras cayeron sobre mí, como si se tratara de un balde de agua fría. ¿Qué sería de mi vida sin ella? Si Paloma era mi razón de vivir.

¿Puedo verla? – Pregunté. Si por supuesto, por aquí por favor. – Dijo el doctor. Cuando entré al cuarto y la vi, me puse a llorar. Ahí estaba inerte, con la piel palidecida.

Era como si ya hubiera muerto. Me acerqué a ella, la tomé de la mano y le dije: Tú no puedes hacerme esto, no puedes irte. Aún nos quedan muchas cosas por hacer juntos. Por favor Palomita, regresa. Te lo suplico por nuestro amor vuelve. Permanecí a su lado como una hora, hablándole, diciéndole lo importante que era para mí.

De momento, sentí como me apretaba la mano, miré su rostro y vi cuando abrió los ojos y me dijo. Jamás me iré de tu lado. Los doctores se sorprendieron de su veloz recuperación, pues al día siguiente regresamos a nuestro hogar como si nada hubiera pasado.

Algunos dicen que esto fue por la oportuna intervención de los médicos y en parte tienen razón. No obstante, yo creo que lo que hizo que Paloma se restableciera por completo fue el amor tan grande que nos tenemos.

Porque para mí el amor no tiene límites e incluso, en ciertas ocasiones puede realizar milagros.

martes, 6 de marzo de 2012

Reflexiones – La esperanza muere al último

Alan era un buen hombre, buen amigo, esposo y padre. Todos los días se levantaba temprano para ir a trabajar. Una mañana sonó su reloj despertador como de costumbre a las 6:30 AM. Se levantó, preparó su almuerzo y salió de su casa. Al salir de su edificio, sintió un escalofrío y tuvo un mal presentimiento. Sin embargo, no le prestó atención pues se le hacía tarde para tomar el autobús. Cuando llegó a su oficina, vio que su secretaria estaba observando las noticias en el televisor. El reportero narraba consternado el tremendo desastre que había ocasionado un fuerte sismo en la colonia Las Granjas (lugar donde se encontraba la casa de Alan) hacía apenas 10 minutos.

Alan dijo para sí mismo: No puede ser, debe tratarse de un error, yo no sentí ningún movimiento durante el trayecto para acá. Tengo que ir a mi casa para asegurarme de que todos estén bien y así estar más tranquilo.

Rápidamente tomó un taxi, para llegar lo más pronto posible.

A dos cuadras de llegar a su domicilio una patrulla le impidió el paso al vehículo, diciendo que únicamente las unidades autorizadas podían pasar dado que se trataba de una zona de desastre. Alan bajó del auto a toda prisa y enseñando una credencial donde aparecía la dirección de su vivienda, le permitieron pasar. Cuando estaba a una calle de llegar, miró con horror que el edificio donde había vivido más de 18 años ya no estaba. Solamente quedaban escombros. Desconsolado, se puso de rodillas y comenzó a llorar. Preguntó a los paramédicos si existía la posibilidad de que hubiera sobrevivientes. Uno de ellos le dijo que sí, que estaban en las ambulancias. Alan revisó cada una de ellas, pero desafortunadamente no encontró a ningún miembro de su familia.

Luego de unos minutos, regresó al taxi y entonces el chofer le comentó: no pierda la fe amigo, la esperanza muere al último. Ya verá como encontraremos a sus seres queridos.

Ahí comenzó una búsqueda frenética en todos los hospitales y clínicas de la ciudad. También fueron a la policía y hasta los servicios forenses. Así pasaron dos días buscando de arriba a abajo, por todos lados sin ningún resultado.

Como último recurso, se dirigieron al Hospital General, el cual se encontraba ubicado a más de 5 km de donde ocurrieron los hechos. Alan entró a la sección de urgencias y una enfermera le comentó que algunas víctimas del temblor se encontraban en el pabellón de observación y recuperación.

Al llegar ahí, vio como todas las camas del lugar estaban ocupadas principalmente por personas que tenían una o varias fracturas. Revisó meticulosamente una a una, esperando que en alguna de ellas estuviera su esposa o sus hijos.

De momento sus ojos se llenaron de dicha y alegría cuando observó que toda su familia se encontraba allí. Claro, presentaban algunas lesiones, aunque nada de gravedad. Por un momento creí que no los volvería a ver con vida, no obstante, un amigo me dijo que la esperanza muere al último y vaya que tuvo razón. – Dijo sonriendo.